La trama perfecta -relato-

1962, Boston (Massachusetts)

En el barrio victoriano de South End, vivían Donna y James Thompson, un matrimonio joven y feliz. James era un reputado e incansable abogado, mientras que su mujer era escritora. Él estaba convencido de que la escritura era, realmente, un don que su mujer debía explotar, por lo que siempre la animaba a seguir escribiendo y publicando sus novelas de suspense alabadas por la crítica y los lectores.

A pesar de los años que corrían, Donna no quería firmar con un seudónimo que no tuviera nada que ver con ella, más bien prefería no ser clara respecto a su identidad, elemento que añadía más intriga a la atmósfera de sus historias y que a su editor le parecía de fábula. Así pues, el mundo la conocía como D. Thompson y jamás aparecía en sus libros información alguna que pudiera esclarecer si era hombre o mujer.

Donna Thompson se encontraba en la búsqueda de un crimen perfecto para construir la trama de su nueva novela. A pesar de que su marido se deshacía en mimos, alabanzas y palabras de amor, ella llevaba meses triste y trabajando a deshoras en su nueva novela, ya que la anterior trataba de un crimen pasional y la crítica se cebó con ella.

Se podía pasar noches enteras tecleando y destrozando hojas de papel descontenta con los resultados. En la habitación que usaba como biblioteca y despacho tenía una pared repleta de hojas con ideas que descolgaba de la pared, arrugaba y lanzaba contra la puerta. Aun así, cuando James llegaba del trabajo a diario lo atendía con el mejor ánimo que podía, cenaba junto a él e intentaba sonreír para no preocuparle más de lo necesario.

«Es solo una mala racha, no hay razón para que se preocupe», se mentía a sí misma constantemente.

Por su parte, James se mostraba afable siempre a su llegada, incluso, si había tenido un mal día en el juzgado o alguna negociación se había ido a pique. Su prioridad era su mujer y no le hacía la menor gracia ver cómo en las últimas semanas había bajado de peso o lo dejaba solo a altas horas de la noche para enredarse en las malditas letras que la estaban consumiendo. Cuando veía sus ojeras tapadas con maquillaje cada mañana resonaba en su mente el titular de aquel artículo que había hecho de la pasión de Donna, su peor castigo: «Cómo no escribir un thriller o la gran decepción de D. Thompson».

Desde aquella crítica malintencionada y con saña, recibió algunas negativas más. No obstante, ninguna fue tan cruel como la primera donde se ensañaron con la pluma de la escritora sin piedad. James no podía hacer otra cosa que seguir animándola a escribir y esperar a que ella diera con lo que fuera que estaba buscando para su próximo libro. A pesar de que se conocían desde que eran niños, jamás la había visto tan obcecada con algo como en aquel momento.

Un martes por la noche, cuando James llegó del trabajo, al entrar en casa no vio las luces de la cocina ni del comedor encendidas. Se deshizo de su gabardina, colgándola con cuidado en el perchero antes de encaminarse hacia el despacho donde comprobó que su mujer tecleaba de forma frenética. No pudo evitar quedarse a observarla desde el marco de la puerta.

«¡Aquí está de nuevo! Sin duda, ha vuelto D. Thompson a casa», pensaba con una amplia sonrisa y un gran alivio.

—Pero ¿qué haces ya aquí, mi amor? —habló ella sorprendida al verle con esa sonrisa que la enloquecía desde que era una adolescente.

—Uno tiene la pequeña manía de volver a casa después del trabajo…

—¡No me he dado cuenta de la hora! ¿Qué quieres cenar, cielo? —se levantó de inmediato con el propósito de hacer la comida para ambos.

James le bloqueó el paso y la atrajo suavemente hacia su cuerpo rodeando su cintura antes de besar sus labios con calma y consiguiendo que los nervios de su mujer se esfumasen con su gesto.

—Hola, amor —la saludó al terminar aquel beso de bienvenida—. Yo tengo un plan mejor: ¿qué te parece si te pones algo más abrigado y salimos a cenar? —le propuso colocándole un mechón rebelde tras la oreja con suma delicadeza.

—¡Trato hecho!  —aceptó de buen grado depositando un beso fugaz en los labios de su marido antes de cambiarse de ropa.

La cena transcurrió con calma en un restaurante cercano. James estaba embelesado con el brillo renovado en los ojos de su mujer y, tras insistirle durante toda la cena y el camino de vuelta a su apartamento, Donna acabó cediendo y contándole de qué se trataba lo que tenía entre manos. Había logrado dar con la tecla y escribiría un nuevo thriller, muy distinto al anterior, creía que ya tenía en sus manos el crimen perfectamente atado. No obstante, aún había algún detalle que no terminaban de convencerle. Había conseguido montar, prácticamente, todo el esquema de la que sería su siguiente obra.

—¿Quieres que me lo lea y te comente si veo algo que pueda mejorar? —se ofreció James una vez su esposa terminó de contarle lo que tenía entre manos.

—Me encantaría, no puedo permitirme una mala crítica de nuevo —respondió abrazándolo en el sofá antes de dirigirse al despacho a buscar lo que tenía escrito.

Donna tomó los folios que había numerado y firmado con sumo cuidado. Los introdujo en un dosier que llevó al salón donde la esperaba su marido.

—Me lo llevaré mañana y lo leeré en el despacho —pronunció a modo de promesa que selló con un tierno beso en los labios de su mujer—. Estoy seguro de que le haré un hueco. Ahora deberíamos irnos a dormir, que mañana me espera un día largo.

—Sí, cielo, yo estoy verdaderamente agotada. Necesito descansar.

A la mañana siguiente Donna se despertó sola en la cama. Intuyó que su esposo había apagado su despertador y se había marchado al trabajo sin despertarla. Dormir hasta tarde le había sentado bien, notaba su mente fresca y la nueva historia cobrando vida en ella. Así que, tras un café y unas tostadas, se dedicó a escribir. Esta vez lo hizo con un reloj sobre la mesa para no volver a perder la noción del tiempo de nuevo.

Antes de salir a comer con sus amigas Liz y Hellen, como cada miércoles, recibió una llamada de James para informarle de que llegaría un poco más tarde a cenar, era habitual cuando tenía casos difíciles en curso, por lo que no le entretuvo y le deseó un buen día. 

Una vez llegada la noche, su esposo llegó a casa y ella ya lo estaba esperando con una cena deliciosa preparada para ambos. Estaba impaciente por conocer su opinión y saber si contaba con su visto bueno. Sus ansias de tenerlo todo perfecto y sus miedos le estaban jugando una mala pasada.

—Nena, esto está delicioso —pronunció antes de llevarse otra cucharada a la boca.

—¿Qué tal ha ido tu día, amor? ¿Tuviste un hueco para echarle un vistazo a lo mío? —preguntó nerviosa.

—Sí, te he hecho unas anotaciones con los cambios que faltan para que sea el asesinato perfecto del todo, aunque es sublime lo que planteas, cariño. Sólo añade ese par de toques.

—¿Puedo verlo? —quiso saber abriendo mucho los ojos intrigada por las sugerencias de su marido.

—Está en el maletín, pero si vas por ello igual me como también tu plato —bromeó, ya que sabía que Donna no comería más presa de su estado nervioso.

Ella leyó las anotaciones y le encantó, era la primera vez que su marido le sugería cambios y, lejos de sentirse ofendida por ello, le pareció algo maravilloso que participara en el proceso creativo.

—¡Me encanta, James! ¿Cómo se te ha ocurrido? —preguntó mirándole alucinada. 

—Digamos que estaba leyendo y me di cuenta que con esos dos detalles el asesinato sería redondo e impecable —comentó sin darle mayor importancia al asunto.

—Muchas gracias, va a ser la mejor novela gracias a tu ayuda, ¡verás! —agradeció feliz levantándose para ir a besar a su marido.

A la mañana siguiente, Donna despertó primero. Se enfundó su bata de estar por casa, cogió el periódico de la puerta y se dedicó a hacer el desayuno. James se despertaría mientras ella preparaba café y unas tortitas con sirope para ambos. Una vez estuvo todo preparado, lo trasladó a la pequeña mesa que tenían en la cocina y se sentó frente a su café cogiendo el periódico entre sus manos y extendiéndolo para poder leerlo y nada más ver el titular se quedó petrificada.

«Un asesinato perpetrado el día de ayer pone en jaque a la policía. ¿Un asesinato perfecto?»

Abrió de golpe la página donde se detallaba el asesinato, justo con los detalles que la noche anterior su marido había añadido. En ese preciso instante, James entró en la cocina, se inclinó para besar la cabeza de su esposa y pudo leer el titular y la entradilla de la noticia antes de sentarse junto a Donna y dar un sorbo a su café recién hecho.

—James —le llamó ella incrédula sin ser capaz de parar de leer lo que detallaba el periódico.

—Te dije que era un asesinato perfecto, mi amor —respondió dedicándole una sonrisa antes de probar el café completamente despreocupado.

Como ya avisé al estrenar el blog, estoy haciendo experimentos y saliendo de mi zona de confort con ejercicios de escritura que me hacen probar nuevos géneros. Yo estoy muy contenta con el resultado de este en concreto.

¿Qué te ha parecido? 

Déjame un comentario, me hará feliz conocer tu opinión al respecto.

Gracias, siempre, por leerme.

Fátima Villegas

🖋️Escribo prosa poética y novela juvenil ❤️⁣⁣ 🧐Soy correctora y 💻traductora⁣⁣ 🎙️Soy creadora del Podcast El Salón de las Letras🎙️⁣⁣ ⁣⁣🎬Comento series y 🎤hago entrevistas a otros autores.

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